DEL TIEMPO Y DE LO ETERNO…
​
Atner Cadalso
Critico de Arte
​
"El anciano está en el mismo estado de silencio que queda después de la tormenta."
OSHO
Toda obra de arte, aunque se analice desde las particularidades del contexto y los antecedentes que la hicieron surgir, si es auténtica y verdaderamente original, trasciende el estrecho marco de sus circunstancias locales y adquiere un significado universal. La obra reciente de Lázaro Niebla es un ejemplo de esta dinámica entre lo local y lo universalmente humano. Su infancia transcurrió en un pequeño ambiente rural; un espacio donde todos los vecinos se conocen y se ayudan entre ellos, y los más viejos y ancianos son apreciados como el horcón de sabiduría y experiencia que mantiene unida la casa familiar. Sin embargo, ya en la adolescencia, sus estudios profesionales en la Escuela de Arte de Trinidad lo pusieron en contacto con una ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por sus valores históricos y culturales y uno de los más importantes destinos del turismo en Cuba.Una ciudad que todavía conserva una fuerte presencia del periodo colonial español, no solo en la arquitectura de sus viviendas, plazas y calles sino también en ese característico sabor intermedio entre un pequeño pueblo de campo y la metrópoli cosmopolita, con curiosas costumbres sociales provenientes de un lejano pasado y la pervivencia de típicos personajes pueblerinos, prácticamente salidos de alguna escena costumbrista de antaño.
​
De este singular entorno sociológico y arquitectónico Lázaro comienza a extraer el material visual necesario para, poco a poco, ir conformando la poética que caracteriza sus actuales trabajos. Los fragmentos y restos de antiguas ventanas y puertas coloniales son reconvertidos en el perfecto soporte para crear unos bajorrelieves desde donde asoman exquisitos retratos de ancianos, que aún podemos reconocer deambulando por las calles de Trinidad y otros pueblos del centro de la isla. Cada rostro brota de la propia madera como si siempre hubiera estado allí, ocultos por las sucesivas capas de pintura y el polvo de los siglos y listos para ser descubiertos por el artista, quien, con golpes maestros de gubia, hace nacer estos personajes, tan eternos como el propio árbol sobre el que ahora crecen.
​
Así, desde las desvaídas superficies de las tablas, agrietadas por siglos de sol y lluvia, los nobles semblantes de los ancianos, agrietados por toda una vida de duro trabajo, nos observan con la serena mirada de la experiencia. Se muestran ante nosotros inmovilizados en el momento más cotidiano, pero representativo, de su vida diaria: cargando el pan del desayuno, sentados en la puerta de la calle para conversar con el vecino, con la bolsa de las compras de camino a la bodega o listos para la recogida de café en el campo. Cada personaje narra su propia historia: en cada detalle de sus manos arrugadas y en cada pliegue de sus sencillos atuendos se esconden antiguos recuerdos de batallas perdidas o ganadas, pequeñas alegrías, algunas promesas incumplidas y muchas nostalgias. Ellos nos hablan del tiempo y de lo eterno.
​
Sin dudas, la obra de Lázaro Niebla es deudora de una época en la que el oficio de artista no estaba separado del propio ejercicio de la creatividad, y el arte y la vida todavía conformaban una unidad inseparable. Cada relieve esta realizado con cuidadosa técnica, necesaria para plasmar los mínimos detalles de la expresión y anatomía de los personajes retratados, pues ellos pertenecen a una realidad presente y es de interés del artista que sean reconocibles también como los seres humanos concretos que son. Quienes lo hemos visto trabajar en su “taller” (la entrada de su propia casa) conocemos de su dedicación, perfeccionismo y disciplina de trabajo, la misma de aquellos maestros medievales, que permanecían inclinados por largas y penosas horas sobre los tableros para lograr las delicadas iluminaciones de sus manuscritos. Es esta misma dedicación y paciencia la que hace destacar el trabajo de Lázaro en el contexto de la joven plástica cubana, atada muchas veces a la repetición incesante de motivos y discursos creados para un mercado que solo ve a la isla en una edulcorada versión turística o como singularidad política contemporánea. Sin embargo, para producir su obra Lázaro nunca recurre a esos clichés culturales, y desde una sinceridad poco habitual, prefiere trabajar sobre algo que le es conocido y entrañable, aunque parezca poco sofisticado, pues sabe que el arte tiene esa capacidad de transmutar lo aparentemente banal o intrascendente en alegorías complejas y perdurables.
​
Esta serie de relieves sobre antiguas maderas trinitarias, reúnen en si mismas el encanto de lo personal y directo con ese aliento profundo y universal del símbolo, son retratos y a la vez efigies, son el abuelo cariñoso y el anciano sabio de la tribu, son, en definitiva una metáfora en madera, de nuestra propia condición humana.