Lázaro: El Geppetto de los Desconocidos.
​
MsC. Carlos Enrique Sotolongo Peña
Crítico de Arte.
​
Desde tiempos inmemoriales el hombre se afanó para dejar la huella de su paso por la tierra, muchos encontraron en la creación artística el modo de hacerlo. Lázaro no escapa a este interés, pero su ambición rebasa los límites de los mezquinos sentimientos individuales. Su obra es un homenaje a los más pobres, a los que pasan desapercibidos, a los anónimos, a quienes nos rodean y no sabemos mirar. Con el empeño de descubrirnos sus rostros y aptitudes, pone sus ojos y manos en la vecina más cercana, el vendedor de jabas, el hacedor de sogas, el cosechero de café; gente humilde que ven pasar la vida sin otra ilusión que repetir la rutina cotidiana sin quejas ni cansancio porque no conocen nada mejor.
​
El artista prefiere el relieve para realizar su obra. Perpetúa en viejos retazos de puertas decimonónicas venidas a menos rostros curtidos por las experiencias vividas, manos que conocen la dureza del trabajo del campo… marcados por las finas líneas de las arrugas; explora torsos y a veces se aventura con la figura toda vestida de diario.
Las largas horas inclinado encima del tablero, la paciencia infinita de quien no tiene prisa y devasta la madera con la sutileza prevista tiene su recompensa en la excelencia estética de la obra en sí misma, donde la línea domina, enmarca, se enseñorea en la superficie. El color solo se aplica a algún elemento que distinga al representado.
El binomio línea-color convive en armonía dinámica con los volúmenes que el autor enriquece con disímiles texturas que le brinda el soporte y que él va descubriendo sabiamente en función de ahondar y expresar la psicología de cada representado, quienes conforman el imaginario popular y cuecen, desde el silencio, la identidad cultural de la nación.